Sobre mí
Más que un guía, soy un testigo de que la mente lo es todo.
Soy Alan León. Publicista, Coach Neuro-ontológico y Facilitador de Un Curso de Milagros.
Durante años busqué respuestas. Fui el eterno buscador espiritual que transitaba entre técnicas y terapias sin que nada terminara de encajar. Mi vida era una mezcla de éxitos aparentes y vacíos internos, hasta que una crisis de salud me detuvo.
Me enfrenté a un diagnóstico físico supuestamente "sin cura". Fue ahí donde Un Curso de Milagros (UCDM) dejó de ser teoría y se convirtió en mi tabla de salvación. No sané el cuerpo luchando contra él, sino sanando la mente que proyectaba el conflicto.
Esa experiencia fue mi verdadero RESET.
Hoy, mi rol no es decirte qué hacer, sino enseñarte a deshacer lo que te impide ser feliz. Me he hecho a un lado para dejar que esa misma Sabiduría que me sanó, guíe ahora este proceso de enseñanza.
Mi misión es simple: Ahorrarte tiempo en tu propia búsqueda y acompañarte a recordar Quién Eres realmente.
Mi viaje de transformación se resume en:
- El Buscador: Pasé años explorando terapias y caminos espirituales tratando de llenar un vacío que parecía no tener fondo.
- El Quiebre: Una enfermedad "crónica" me obligó a dejar de buscar afuera y mirar hacia adentro.
- El Hallazgo: En Un Curso de Milagros encontré la lógica que le faltaba a mi espiritualidad. Aprendí que el cuerpo obedece a la mente.
- La Evidencia: Apliqué el perdón y la corrección mental, logrando trascender el diagnóstico físico y reescribir mi experiencia de vida, lo importante no es la respuesta física, sino la nueva forma de ver el mundo, una nueva forma de pensar que transforma TODO LO QUE VES.
Mi encuentro con la Guía (mi despertar): De la resistencia a la certeza
La relación con nuestra Guía interna —esa sabiduría o Espíritu que todos llevamos dentro— es una frecuencia que siempre está encendida. El problema es que vivimos con el volumen bajo. Por años, mi mayor obstáculo fue la necesidad de tener el control, una barrera que me impedía escuchar lo que siempre estuvo ahí. Sin embargo, mi diálogo con esa presencia comenzó mucho antes de que yo pudiera entenderlo.
Las preguntas que nadie responde
A los 8 años, mientras otros niños jugaban, mi mente se sumergía en preguntas que me daban vértigo: «¿Quién está pensando esto que pienso?», «¿Si mi cuerpo desapareciera, dónde se quedaría este pensamiento?». Sentía que indagar ahí era entrar en terreno prohibido y, por miedo a no encajar o ser tildado de loco, decidí cerrar esa puerta bajo mil llaves. Me convertí en un niño más, apagando la intuición para sobrevivir en el mundo que todos vemos.
El primer "clic"
El silencio terminó a los 15 años. Tras un problema físico persistente que los médicos no lograban resolver, lancé una pregunta desesperada hacia adentro sin esperar respuesta. Para mi sorpresa, una Voz clara resonó en mi mente con una sola frase: «Las mentiras».
En ese instante, algo se desbloqueó. Comprendí que esa afección física era el eco de una carga de culpa inconsciente que yo arrastraba. Fue mi primera lección sobre la mente como causa: al corregir la "mentira" o el error de percepción, el cuerpo se alineó de inmediato. La Guía me demostró que es flexible y amorosa; se adaptó a mi creencia de entonces para enseñarme que la verdadera sanación no es un truco externo, sino un cambio de mentalidad.
El fin de lo "crónico"
Años más tarde, la vida me puso a prueba con enfermedades que la medicina tradicional define como crónicas. Me vi en una clínica, rodeado de cables y con un diagnóstico para "toda la vida". Fue allí donde la Guía volvió a intervenir con una certeza absoluta que desafiaba toda lógica humana.
Entendí que el dolor era un autoboicot de la percepción, un síntoma de la creencia en la separación. Al practicar un perdón profundo y honesto —que no es más que retirar el valor al miedo para ponerlo en la Verdad—, los síntomas desaparecieron. Lo que parecía un problema sólido y real se deshizo al reconocer su insustancialidad.
Un diálogo constante
Hoy, esa comunicación es mi brújula. Se manifiesta en certezas internas y en guiños cotidianos, como las plumas que aparecen en los lugares más improbables —desde mi ducha hasta el techo— recordándome que nunca camino solo.
He aprendido que el milagro no requiere tiempo; ocurre en el instante en que dejamos de tomarnos tan en serio el "problema" y aceptamos nuestra verdadera valía. No importa el nombre que le des —Guía, Espíritu o Fuente—; lo importante es el contenido de paz que te devuelve. Mi invitación es que tú también te atrevas a abrir esa puerta: la respuesta que buscas ya está ahí, esperando a que decidas escuchar.
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